Dejemos que la Luz Brille en las Tinieblas

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El mundo católico y la mayor parte del orbe cristiano celebra por estos días el nacimiento de Jesús, el Redentor del mundo. Y todo el resto del universo, aun los no creyentes, conmemoran a su manera la ocasión. Las fechas ya eran motivo de celebración desde antes de este acontecimiento que dividió la historia en dos partes. En realidad, no existen datos que permitan fijar históricamente la fecha de la natividad, ni siquiera el año en que ocurrió, pero la iglesia escogió que coincidiera con Saturnalia, festividad en que los romanos festejaban a Saturno, dios de la agricultura y la cosecha, y que coincidía con el solsticio de invierno, el día más corto del año, y por lo tanto de mayor obscuridad. La idea fue cristianizar solemnidades ya existentes para facilitar la adopción del calendario cristiano. Además, así Cristo, Luz del Mundo, aparece en medio de la obscuridad más profunda.

Con el correr de los años, otros intereses han disputado el protagonismo de la Navidad. La actividad comercial de nuestros tiempos la ha desfigurado notablemente. El aspecto social y mercantil ha sobrepasado ampliamente al religioso. Incluso se ha reemplazado al festejado, Jesucristo, con el remedo de un caritativo personaje histórico, el obispo turco San Nicolás. Caricaturizado y omnipresente, regordete, mágico y pomposamente risueño, es la actual imagen de la Navidad.

Volvamos los cristianos y personas de buena voluntad a poner a Cristo, como Dios encarnado, o por lo menos como quien vino a iluminar el mundo con sus enseñanzas y ejemplo en medio de la noche más lóbrega. Que renazca en nuestros corazones y nos haga mejores, que traiga luz en un período de gran obscuridad, que ilumine nuestro camino en esta coyuntura de pérdidas humanas y de padecimientos económicos, sanitarios y sociales, que nos acerquemos los unos a los otros, que impere la tolerancia y no la radicalización y polarización.

 

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