Uno de los beneficios más apreciados por un profesional es la capacitación; los docentes no somos la excepción: valoramos una institución que se preocupa por mantener su metodología alineada a las transformaciones tecnológicas y a los cambios globales.
¿Y cómo se traduce este beneficio en la práctica? Normalmente los docentes son capacitados durante el periodo de vacaciones de los alumnos, o fuera del horario de clase, lo que no necesariamente es percibido por el docente como una contribución a su práctica profesional; sino más bien, como una carga adicional, independientemente de los especialistas que se contraten o de los cursos a desarrollar.
¿Qué podrían hacer las instituciones educativas para cambiar esa percepción? En primer lugar, informar a los docentes sobre los cambios a implementarse, escuchar sus propuestas y decidir en conjunto para que, de esta manera, se sientan involucrados en el proceso. Los docentes somos la cara de la institución, no sólo la imagen; somos los que nos enfrentamos diariamente a los retos en el aula y estamos en capacidad de informar de los aciertos o áreas a mejorar en los enfoques empleados.
Otro punto que considerar es la programación de los cursos o talleres. Es fundamental tener en cuenta los períodos más atareados del año para evitar una sobrecarga de labores e igualmente importante compartir los materiales empleados para la instrucción, sin olvidar revisar la información cuando sea necesario; así como también hacer uso de la tecnología, es decir, combinar la capacitación presencial con la instrucción en línea. Ambas metodologías son perfectamente combinables.
Como es bien sabido, los docentes no concluimos nuestras labores en nuestras aulas; camino a casa, por lo general, pensamos en los alumnos que no están yendo al mismo ritmo que los demás, en aquellos alumnos que necesitan otro sistema de trabajo porque sus inteligencias así lo requieren, en los exámenes por corregir, en las pruebas que preparar, entre otros. Y al llegar a casa, ponerlo en práctica. En ocasiones la lista de pendientes es tan extensa que termina afectando la vida personal y el descanso. Mantener un equilibrio entre obligaciones y vida personal es lo ideal en toda profesión.
Por otro lado, a algunas instituciones no les entusiasma la idea de invertir en capacitar a sus docentes porque suponen que luego de optimizarlos, buscarán otros horizontes. ¿Es así en realidad? No podemos negar que sucede, pero es un resultado de las políticas erróneas empleadas. Una institución educativa que invierte en su personal, espera también una retribución de parte de éste; por esta razón, antes de embarcarse en algún programa, deben delimitarse la VISIÓN, el PLAN, el APOYO INSTITUCIONAL, las IDEAS, las ESTRATEGIAS, el EQUIPO DE TRABAJO, la MOTIVACIÓN y medir el nivel de ÉXITO del mismo. Determinar las necesidades de la institución, diseñar el plan de trabajo, implementarlo y evaluarlo son etapas indispensables que contribuirán en gran medida al éxito o fracaso del mismo y en la identificación del componente humano con ellos.
Al tener en cuenta estos aspectos, la capacitación es beneficiosa para ambas partes y, lo que es mejor aún, se trata de una institución y un equipo comprometidos que van en dirección a la misma meta.